lunes, 10 de agosto de 2009

El fovis...


Ayer navegue de nuevo entre sus calles cubierto por una sabana de nubes frescas. Salí, casi por invitación del aire que se sentía menos sofocante que otros días.

La corriente de concreto sigue siendo fluida como antes. Mi barca pudo desplazarse seductoramente por sus rutas, como piel sobre piel que ya se conocen, sin la menor perturbación.

-No por nada el reggae pudo sembrarse en esta isla- Pensé mientras caminaba. Fue casi condición natural. Si usted lo viera. Si lo viera con mis ojos de niño crecido sobre sus aceras de concreto, con los ojos de un hijo que reconoce a su patria comprendería que este pequeño lugar de tierra en medio de una ardiente ciudad es un mundo aparte. Más tropical por lo menos. Y más inocente. Déjeme contarle.

El tiempo, lento pero eficaz permite a uno crecer maravillándose y riéndose de la vida. Vivir aquí es como crecer en un jardín de niños. Unos jugando a matarse, otros a que se casan y trabajan.

El tiempo en el fovissste pasa tan lento que los viejos tardan siglos en morirse. Y hasta los perros más longevos siguen corriendo enloquecidos y felices.

Pero para permanecer intacto por el tiempo es necesaria una condición. Permanecer en el barrio también. Como si fuese una ciudad perdida y sagrada envuelta por algún conjuro.

Los que se van envejecen rápido. Los que visitan otros lugares, los que se van a conocer mundo, los que abrazan a mas barrios abrazan también sus ritmos, y sus compases.

Habría que haber crecido aquí para notarlo. Para darse cuenta que esas palmeras son más que testigos, más que adornos.

Todo aquí es como las palmeras. Nada estorba, nada esta de más. Nada está sin raíces. Cada historia, cada chico fracasado entre las drogas es como un órgano vital para este gigante. Cada anciano. Cada pareja. Cada crio que nace. Cada borracho. Cada casa aquí tiene su lugar en la historia.

Lo único ajeno es la ley intrusa del estado. Una absurda comandancia desentona con el paisaje nada más. ¿Cómo no habría de hacerlo? En un lugar tan natural ir y poner ese basurero, sin raíces. Pero por lo mismo que no tiene raíces no da frutos. Esos policías no son de aquí. No podrían serlo tampoco.

En una esquina los borrachos se beben y fuman las horas completas del día. Pienso que si no se las bebieran quizás la noche nunca llegaría a este lugar. En lo que llega se la pasan hablando de quien sabe qué cosa y esperando siempre lo mismo de lo que hablan. Esperando en esa esquina. Algo. Pero siempre esperando, con una calma de dioses que realmente los hace parecer ante la simple vista como inmortales… o como seres ya muertos.

Muertos o no, saludan a las viejitas del barrio, a los cholos, a los trabajadores, a los niños, a los taxistas. A todo mundo saludan esos borrachos. No son agresivos ni groseros, por lo menos a mí nunca me ha tocado verlos así. Quizás exista alguien a quien si le haya tocado. Tampoco son blancas palomitas. Son lo que son. Una manada.

Y manadas ha habido muchas aquí en el fovis. De cholos, de punkis, de yonquis, de estudiantes, de borrachos, de doñas, de viejitos, de niños, de perros, de skatos, hasta de cristianos.

Cada manada tiene su pedazo de tierra. Su lugar predilecto que van penetrando con su presencia como la humedad al paso del tiempo. Algunas han dejado huellas. En grafitis, en canciones, como la de la esquina morada, en historias. Cada quien hace lo que puede para permanecer mas días sobre la tierra aunque sea hecho leyenda. El ser busca trascender a la muerte siempre, incluso buscándola desenfrenadamente.

En este barrio hay historias de todo tipo. La señora que se gano el premio mayor de la lotería. El borracho que se quedo ciego por beber. El enfermo mental que quemo su cerebro tras el consumo de alguna droga fuerte. El doctor jubilado que ahora vive solo en su castillo recordando sus días de militante del partido comunista. El capitán de barco que fue huérfano en su infancia y que lo rescato la marina, que viajo de puerto en puerto hasta conocer a su amor y regresar a su tierra para echar raíces. La madre soltera. No faltan los padres sin hijo porque se suicido. No faltan los adulterios. Los casamientos entre amigos de infancia. El rasta. El mitotero. La acople. La solidaridad. El perro aventurero. Los gatos en la noche. El atraco a domicilio. Los adictos. El perfecto estudiante. El que se volvió político. El que salió del closet. El carpintero. El miyagui. La tienda condenada a la banca rota. Los hateros. El superman. Los niños que crecieron. Los nombres de los cholos que aun suenan. La clica que rifaba, la que ahora rifa. No falta nada.

No falta nada.
A donde volteaba habían recuerdos.
Cada cosa era un sujeto con historia.
Cada piedra, cada centímetro de calle. Cada rostro. Cada puerta.
No falta nada en este barrio. Mi barrio. En el que yo crecí.

1 comentario:

  1. Qué tal, creo que nunca había visto el lugar
    de origen tan profundamente como tú lo haces. Felicidades, se notan muchas buenas influencias literarias. Sigue así.

    ResponderEliminar

Deja tu sabor aqui: